Hacía
una tarde preciosa y K subió al coche porque iban a llevarlo a visitar el paseo
marítimo. Cuando el vehículo se puso en marcha, desde la calle lo llamó un swami
alemán, calvo y bien afeitado, que lucía un dhooti. Su conversación fue breve, pero
merece la pena reproducirla aquí:
Swami: Perdone que lo moleste. ¿Puedo hablar con usted
un momento?
K: Por supuesto.
Swami:
hace años que es usted sannyasin. Yo vivo ahora en una ashram en la zona de Jaffna.
Antes de venir a esta isla, practiqué meditación en un monasterio tibetano. He buscado
sinceramente la liberación. Pero no he logrado encontrarla. Abandoné mi país. Abandoné
a mi familia y a mis amigos. Regalé todas mis pertenencias. No poseo nada. Renuncié
incluso a mi nombre. Ya no me queda nada a lo cual renunciar.
K: ¿Ha renunciado usted a ser virtuoso?
El swami se mostró completamente asombrado; K acababa
de hacerle ver la desagradable verdad sobre sí mismo. Esa
noche, antes de irnos a dormir, pensé mucho en las palabras de K y después anoté unas cuantas observaciones en mi libreta. Es el ego el que espera alcanzar la gloria espiritual con la moneda de la virtud. Es el ego el que desea «renunciar» en su interminable búsqueda de la grandeza.
Cuando los monjes «renuncian», ¿no esperan acaso una recompensa
espiritual a cambio? Pero aquel que no está apegado a nada, aquel que renuncia
verdaderamente sin motivos, renuncia alegremente al mundo sin luchar.
Krishnamurti tal y
como lo conocí
Susanaga Weeraperuma
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