jueves, mayo 24, 2012

CAMINANDO EN COMPAÑÍA DE LA RISA

En la aldea de Lur vivía Adimen, un joven muy inteligente que también era conocido por su maestría con el Txistu, una sencilla flauta de tres agujeros. Para convencer a sus habitantes de que sus ideas podían ser las más valiosas, decidió aprender a levitar. “Si soy capaz de levitar”, pensaba, “verán de lo que soy capaz y me los meteré a todos en el bolsillo”. Después de muchos meses de ensayos, esfuerzos, ruegos y meditaciones, el joven consiguió elevarse unos centímetros del suelo con el poder de su pensamiento. Un día, convoco a todos sus vecinos, encabezados por Perogrullo que por aquella época ejercía de alcalde en su aldea natal. El joven se sentó en medio de la plaza y a los pocos minutos pudo elevarse unos centímetros del suelo. ¿“Que os ha parecido esto”? – pregunto nada mas acabar la prueba...”¿A que estáis impresionados?”. Pero Perogruño respondió: “Mas que impresionado, estoy intrigado”. ¿No hubiese sido mas sencillo tocar el Txistu y elevar sus notas musicales para que todos podamos disfrutar de esa maestría musical natural que te caracteriza?”.
Dice un aforismo sufí que “si deseas alcanzar una iluminación especial, mira el rostro humano y  contempla en el interior de la risa la esencia de la verdad suprema”.  La risa es algo hermoso, reír sin un motivo, tener en el corazón una alegría sin causa, amar sin buscar nada a cambio es algo muy bello y especial. Pero es muy raro que en nosotros tenga lugar una risa semejante. Como en el cuento, solemos dedicar nuestro tiempo a tratar de conseguir proezas inútiles y estériles.
La  risa transmite  un  mensaje  inequívoco de  cordialidad. A diferencia de  otras  señales   emocionales  -como  la  sonrisa, por  ejemplo,  que puede    ser   fingida-,    la    risa   se   asienta    en    complejos    circuitos neuronales que son fundamentalmente  involuntarios, y en  consecuencia, resultan  más   difíciles  de   disimular. Bien  podríamos decir,  desde  una  perspectiva  neurológica, que  la  risa es   la   distancia   más   corta  existente  entre  dos  personas,  porque sintoniza   de  inmediato  sus   sistemas   límbicos.  Como   ha   señalado cierto investigador, esta reacción involuntaria constituye «la comunicación  más  directa  posible  entre  las  personas  -una comunicación de  cerebro a cerebro en  la  que  el   intelecto se limita  a ser  un  mero espectador-  y  establece  lo  que  podríamos  denominar un    "vínculo   límbico"».  No   debe    sorprendernos,   pues,   que   las personas que  más  confían en los  demás  sean  las que  se rían con  más facilidad  y  frecuencia,  mientras  que,  por  su  parte,  quienes desconfían o se encuentran  a disgusto,  ríen muy  poco... si  es que  lo hacen.

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